Aeropuerto Internacional de Eseiza, Buenos Aires, 3.15 pm.
Pequeño malestar causado por un cólico intestinal, nada que una buena orinada o un buen pedo no pudiera aliviar.
Pero atrasado como estaba para agarrar el autobús que me llevaría al otro aeropuerto de la ciudad, de donde partiría rumbo a Córdoba resolví aguantar un poco.
“Al fin y al cabo, son solo 15 minutos de aquí a allá.
Llegando, tengo tiempo de sobra para echar una meadita tranquilo” El avión partiría a las 4:30.
Entrando al autobús, sin sanitarios, sentí la primera contracción y caí en cuenta de que mi embarazo fecal había llegado al noveno mes y que pariría de cuclillas tan pronto como entrara al baño del aeropuerto.
Volteé hacia un amigo que me acompañaba y sútilmente le dije: “Brother, casi no puedo esperar a llegar a ese aeropuerto de mierda porque necesito soltar uno de los grandes”.
En ese momento, sentí como un condor pellizcandome los calzoncillos, pero le puse fuerza de voluntad y apreté con fuerza ese culo.
El autobús ni siquiera había arrancado cuando para mi desespero una voz dijo por los parlantes: “Señoras y señores, nuestro trayecto entre los dos aeropuertos llevará alrededor de una hora”.
Entonces ese condor se volvió como loco, queriendo salir a cualquier costo! Hice un esfuerzo hercúleo para aguantar el tren de mierda que estaba a punto de llegar a la estación anal a cualquier momento.
Sudaba a chorros. Mi amigo se dio cuenta, y como buen amigo que era aprovechó para carraspear un poco la garganta.
El alivio provisional me indicaba que por lo menos por ahora las cosas se habían aplacado.
Intentaba distraerme viendo el paisaje, pero solo conseguía pensar en un baño… con un water tan blanco y tan limpio que cualquiera podría almorzar encima.
¿Y el papel higiénico? Blanco y suave, con textura y perfume y -OOPS! sentí un bulto acolchonado entre mi trasero y el asiento del autobús, y me di cuenta consternado que me había cagado.
Un mojón sólido y comprimido de esos que dan orgullo de padre.
De esos que dan ganas de llamar a los amigos y parientes, e invitarlos a apreciar, aún en el water, tan perfecta obra: daba hasta para exponerlo en una feria. Pero sin dudas, no era este el caso.
Miré a mi amigo, buscando un poco de solidaridad, y confesé seriamente: “Brother, me cagué”.
Cuando terminó de reírse, como cinco minutos después, me aconsejó que me quedara en el centro de la ciudad, en la parada que el autobús haría en mitad del viaje, y que me limpiara en cualquier parte.
Pero decidí continuar, pues ahora todo estaba bajo control.
“Qué carajos, me limpio en el aeropuerto”-pensé “peor que esto no puedo estar”.
Ni siquiera se había movido de nuevo el autobús, y el cólico comenzó fuerte.
Me concentré mirando un punto fijo, me agarré de la silla, pero no lo pude evitar, y sin mucha ceremonia o anunciación vino el segundo deslave de mierda.
Esta vez como pasta al dente.
Eso fue mierda para todos lados, borrando, calentando y empegostando nalgas, calzoncillos, faldas de la camisa, piernas, pantorrillas, pantalones, medias y pies.
Y un cólico más anunciando más mierda, ahora líquida, de las que queman el aire saliendo rumbo a la libertad.
Y después un pedo tipo sonoro, que ni siquiera intenté aguantar.
A fin de cuentas, ¿qué era un pedito para quien ya está todo cagado? Ahora, el pedo que le siguió fue como pesado, porque me cagué por cuarta vez.
Recordé a un amigo que una vez tenía tanta cagadera que decidió ponerse una mimosa en los calzoncillos, pero se la puso con las líneas adhesivas hacia arriba y cuando se lo fue a quitar se llevó juntos la mitad de los pelos del culo.
Pero era demasiado tarde para tal artificio absorbente.
Había menstruado tanta mierda que ni un camión cisterna a presión podía ayudarme a limpiar tanto desastre.
Finalmente, llegué al aeropuerto y saliendo como un bólido (pero con pasos cortos) le pedí a mi amigo que recogiera mi maleta del maletero y la llevara al baño del aeropuerto para que pudiera cambiarme de ropa.
Corrí al baño y entrando de compartimiento en compartimiento, constaté la ausencia de papel higiénico en todos los cinco.
Miré al cielo y blasfemé “Ya basta, no?” Entré en el último, sin papel, y me quité toda la ropa para analizar mi situación (que concluí que era como el fin del pozo) y esperar mi maleta con ropas limpiecitas y olorosas, y con eso un poco de dignidad para terminar el día.
Mi amigo entró al baño apurado, había hecho el chequeo e iba corriendo a intentar aguantar el avión.
Me tiró por encima de la puerta el boarding pass y un maletín de mano, y salió antes de que yo pudiera protestar.
El había despachado mi maleta con ropas.
En el maletín de mano solo tenía un pulover con cuello en V.
La temperatura en Buenos Aires era de aproximadamente 35ºC.
Desesperado, comencé a analizar cuáles de mis ropas serían de alguna manera aprovechables.
Los calzoncillos: a la basura.
La camisa: era historia.
Los pantalones estaban tan deplorables como las medias, que cambiaron de color teñidas por la mierda.
Mis zapatos sacaron un 3, en una escala del 1 al 20.
Tendría que improvisar: la inventiva es la madre de la necesidad.
Entonces, transformé un simple water en una magnífica lavadora.
Volteé los pantalones del lado inverso, me agarré de la palanca, y sumergí la parte sucia en el agua.
Comencé a bajar el agua una y otra vez, hasta que la mayor parte de la mierda se desprendiera.
Estaba listo para embarcar.
Salí del baño y atravesé el aeropuerto con puerta de embarque usando zapatos sin medias, los pantalones al revés mojados de la cintura hasta las rodillas (no exactamente limpios) y el pulóver con cuello en V, sin camisa.
Pero caminaba con la dignidad de un Lord. Embarqué en el avión, donde todos los pasajeros estaban esperando al “CAGON QUE ESTABA EN EL BAÑO” y atravesé el corredor hasta mi asiento, al lado de mi amigo que no paraba de reirse.
La aeromoza me preguntó si necesitaba algo. Llegué a pensar pedirle una gillete para cortarme las venas, o 130 toallines perfumados para disfrazar el olor de fosa común, pero decidí responderle: “NADA, MUCHAS GRACIAS, YO SOLO QUIERO OLVIDARME DE ESTE DIA DE MIERDA”