Voy caminando por la calle tras un viejo mientras se termina su puro. Entra en un bar y pide un “txikito”, como hay bastante clientela entro al interior y lo vigilo con disimulo. El viejo le da por fin la última calada y tira despreocupado la colilla al suelo. Con disimulo la recojo, todavía encendida, y salgo a la calle. Por suerte tenía poca baba, la limpié con la manga de la camisa y me fumé el resto. Hasta casi quemarme las puntas de las yemas. Una imagen vomitiva, pero cuando tienes seis años está de puta madre. Es mi primer recuerdo con el tabaco.
En el segundo, mi tío liando unos cigarrillos perfectos de Cuarterón (tabaco negro picado). También probé de ellos, sin que él se enterara, en pipa de caña. Tengo un buen recuerdo suyo; lo enterraron de un cáncer.
El tercer recuerdo está bajo el puente de una vía, tres o cuatro canijos, fumando Celtas (tabaco negro sin filtro). Me gusta el ruido del tren sobre un puente. Los cigarrillos los repartía el más edad, lo enterraron el año pasado de un cáncer.
En la cuarta etapa fumaba negro, Habanos y Coronas. Pasé al rubio. Fortuna, Luki tengas o Luki haya, Bisontes, Winston, esos horribles mentolados y puros. No he parado de fumar. He fumado papel. He fumado las barbas que salen de la mazorca del maíz en pipa de caña y con el tiempo me he dado cuenta que fumaba coños (perdonad un chiste tan zafio), pistilos femeninos por donde entra el polen que cae desde los estambres “plumeros” masculinos que crecen en la punta de la planta. Por cada pistilo se engendra un grano.
Cada uno se defiende como puede. Yo desde que me acuerdo hago deporte. Tengo pequeños trofeos. Estos últimos años voy a la piscina y al gimnasio.
Nunca he intentado dejar el tabaco en serio. Bueno, sí, una vez, y conseguí estar 3 horas sin fumar. He probado la acupuntura. Una vez probé la hipnosis con un tío de un pueblecito de Navarra que me agarró con las dos manos la cabeza y tocándonos las narices, me soltó una letanía, no sé …. creo que rezaba, mientras me clavaba sus ojos hipnóticos (o eso creía él por la cara que ponía). Tan cerca nos encontrábamos que su evidente halitosis tiraba de espaldas. Te puedes imaginar… ¡encima le tienes que pagar!. Entramos en el coche y entre risas encendemos un cigarrillo para saber si hacía efecto. Reconozco que el primero tenía un extraño sabor pajizo pero el estómago lo tenía hecho polvo a causa de la halitosis.
Cuando hago mucho esfuerzo, pero mucho, mucho, a veces hasta consigo pensar algo coherente. En una de esas extrañas ocasiones me di cuenta de algo evidente y me lo he repetido cientos de veces, sin escucharme.
– Deja ese puto tabaco. No porque te va a matar, sino porque no te coloca.
Ahora era de paquete y medio de Chesterfield al día y un puro a la semana.
A las diez horas del seis de Julio del dos mil iba con mi hija pequeña para comprar una cola muy especial, que necesitaba con mucha urgencia para hacer no sé qué cosa que había visto hacer en la tele. ¡Necesito esa cola ahora¡ Es guai, ya lo verás!. Antes de entrar en la tienda tiré, despreocupado, la colilla al suelo. Tuvimos la increíble suerte de encontrar esa cola tan especial que solo se encuentra en todos los establecimientos donde venden artículos de oficina. Al salir vimos a un viejo recoger mi colilla todavía encendida; tras comprobar que no tenía babas se la puso en los labios, aspiró una buena bocanada de humo y con cara de satisfacción comenzó a caminar desapareciendo en el siguiente cruce…. recordé mis primeras caladas de tabaco y …
Esta vez me escuché. Saqué el Chesterfield del bolsillo y lo deposité en la papelera más cercana. De repente sentí un nudo en el estómago. Me pasé el resto del día pensando sólo en el tabaco y relajando mi estómago. El segundo día logré estar treinta segundos sin pensar en el tabaco así que fue un pelín mejor, el tercero un poquito mejor…. hoy tengo el estómago relajado y como casi no me acuerdo del tabaco, tengo mucho más tiempo para pensar en mujeres.